MISA DEL PAPA EN LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ 19 DE MARZO 2020



HOMILÍA DEL PAPA

El Evangelio (Mt 1:16.18-21.24) nos dice que José era "justo", es decir, un hombre de fe, que vivía la fe. Un hombre que puede ser enumerado en la lista de todas esas personas de fe que hemos recordado hoy en el oficio de las lecturas (cf. Carta a los Hebreos, cap. 11); esas personas que vivieron la fe como fundamento de lo que se espera, como garantía de lo que no se ve, y como prueba de lo que no se ve.
José es un hombre de fe: por eso era "justo". No sólo porque creía, sino también porque vivía esta fe. Un hombre "justo". Fue elegido para educar a un hombre que era un verdadero hombre pero que también era Dios: se necesitaba un hombre-Dios para educar a un hombre así, pero no había. El Señor eligió a un hombre "justo", un hombre de fe. Un hombre capaz de ser un hombre y también capaz de hablar con Dios, de entrar en el misterio de Dios. Y esta fue la vida de José. Vivir su profesión, su vida de hombre y entrar en el misterio. Un hombre capaz de hablar con el misterio, de interactuar con el misterio de Dios. No era un soñador. Entró en el misterio. Con la misma naturalidad con la que llevó a cabo su oficio, con esta precisión de su oficio: fue capaz de ajustar un ángulo milimétrico en la madera, sabía cómo hacerlo; fue capaz de bajar, de reducir un milímetro de la madera, de la superficie de una madera. Cierto, era preciso. Pero también era capaz de entrar en el misterio que no él podía controlar.
Esta es la santidad de José: llevar adelante su vida, su oficio con rectitud, con profesionalidad; y de momento, entrar en el misterio. Cuando el Evangelio nos habla de los sueños de José, nos hace entender esto: entrar en el misterio.
Pienso en la Iglesia hoy, en esta Solemnidad de San José. Nuestros fieles, nuestros Obispos, nuestros sacerdotes, nuestros consagrados y consagradas, los papas: ¿son capaces de entrar en el misterio? ¿O es necesario que se regulen de acuerdo con las prescripciones que los defienden de lo que no pueden controlar? Cuando la Iglesia pierde la posibilidad de entrar en el misterio, pierde la capacidad de adorar. La oración de adoración sólo puede darse cuando uno entra en el misterio de Dios.
Pidamos al Señor la gracia de que la Iglesia viva en la concreción de la vida cotidiana y también en la "concreción" – entre comillas – del misterio. Si no puede hacerlo, será una Iglesia a mitad, será una asociación piadosa, llevada adelante por prescripciones pero sin el sentido de la adoración. Entrar en el misterio no es soñar; entrar en el misterio es precisamente esto: adorar. Entrar en el misterio hoy es hacer lo que haremos en el futuro, cuando lleguemos a la presencia de Dios: adorar.
Que el Señor dé a la Iglesia esta gracia.